Desprestigio musical
Con cierta regularidad vuelven a los muros de las redes sociales noticias relacionadas con la música, como aquella del niño curado de asma tocando la tuba o la incorporación de la música a la constitución suiza. En los últimos dias, y sin razón aparente, ha vuelto un artículo publicado en El País el 14 de Octubre de 2012 titulado España manda la música a otra parte.
Tal como reza el artículo, las escuelas municipales (o públicas de cualquier índole) se están llevando el grueso de los recortes en subvenciones, y no es menos cierto que la iniciativa privada también está sufriendo lo suyo. Ya hablé hace algunos meses de los beneficios que aporta a los más pequeños estudiar música, y puesto que no es el tema de este post no voy a extenderme en ello, pero valga esta mención para señalar la importancia de la educación musical.
Ahora bien, alguien debería entonar el mea culpa de la devaluación social que sufre el músico en este país. Un músico que invierte horas, sacrifica vida social y realiza estudios paralelos a la educación reglada durante varios lustros y llega al final de su periodo formativo -incluida la casi obligada estancia en el extranjero- con la sensación de que todos sus esfuerzos no han servido de nada, porque sus perspectivas profesionales en España son escasas tirando a nulas y en muchos casos en unas condiciones denigrantes. Las opciones pasan forzosamente por la docencia o la interpretación.
Un buen ejemplo en el ámbito docente son las condiciones en muchas escuelas de música de ámbito privado: contratos por obra y servicio o en los que no se cobra el mes completo sinó las clases impartidas, incluso dejando de pagar al profesor las ausencias de los alumnos; sueldos ínfimos contra matrículas desorbitadas; pagos poco ortodoxos con la fiscalidad; «permisos» laborales que deben ser recuperados… Por no hablar de los meses de verano: un contrato con doce pagas íntegras se antoja quimérico para el profesor de música del ámbito privado (y desde hace algunos meses también para el público interino en algunas comunidades autónomas). Estas circunstancias están a la orden del día y todos los que nos dedicamos a la música conocemos una escuela así. Éstas condiciones de trabajo sin duda ayudan al desprestigio social del profesor de música y con ello a su desmoralización, condiciones ambas nada favorables para el correcto ejercicio de la docencia. Todo ello conduce a escuelas con cambios constantes de un profesorado que teniendo en cuenta la coyuntura profesional musical (la crisis para este sector no empezó en 2008….) y con la mejor voluntad y ánimo de supervivencia acepta unas condiciones que a la larga perjudican a la profesión en pleno.
El gestor de la entidad en cuestión argumentará que ésta es la única manera de obtener rentabilidad de su legítimo negocio, sin caer en la cuenta de que la mejor rentabilidad posible es tener profesores motivados que transmitan pasión a sus alumnos y éstos, a su vez, incentiven al profesor a seguir creciendo y por tanto atrayendo más alumnos e incrementando su nivel de exigencia y excelencia, creando así una bola de nieve de «rentabilidad pedagógica». Afortunadamente, algunos gestores saben esto y cuidan a su profesorado como lo más valioso que tienen, obteniendo excelentes resultados.
Otra clase de desprestigio se da a nivel interpretativo.
¿Cuántas veces tendrá que oír el músico aquellas cantinelas de «No puedo pagarte (más), pero te servirá de promoción»? ¿A alguien se le ocurriría decirle al fontanero «No puedo pagarte (más), pero te servirá de promoción»? No, claro que no.
Continuará…
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